martes, 1 de mayo de 2012

Las lágrimas de Baltasar

Hace unos días, y por circunstancias que no vienen al caso ahora, recibí con un bonito mail este precioso cuento que me escribió un amigo.

Espero que no se moleste porque lo comparta con todos pero las cosas de corazón me gusta hacer partícipe a mis amigos … no todo son cosas malas.

Gracias por tener siempre la palabra justa, el texto apropiado o la canción precisa para mi…. A pesar del desastre que soy a veces y tardo hasta horas/días en contestarte .

 

Las lágrimas de Baltasar

La mirra es una sustancia perfumada que los antiguos tenían por un bálsamo precioso. Viene en forma de lágrimas y tiene un color rojizo. He aquí, pues, características que pueden convertir la mirra en un símbolo del hombre: el color rojo representaría la sangre, la forma de lágrima representaría el dolor. La mirra simbolizaría así la sangre y el dolor del hombre convirtiéndose en bálsamo para el género humano.

Se levantó asustada, creyendo no haber dormido en toda la noche. No se atrevía a parpadear, casi ni a respirar, mientras se deshacía de las sábanas que la habían acompañado en sus sueños de pisadas de camellos y largas túnicas doradas, paseando arriba y abajo, casi imposibles por las escaleras de su casa. Hubiera jurado que esta vez sí que los había escuchado, había sentido su respirar jadeante, el susurrar de sus confidencias reales, el cansado esfuerzo de miles de kilómetros de viaje en respuesta a tantas cartas escritas con mimo, con mentiras piadosas y tantos deseos.

Todavía no se había levantado el sol por encima de las casas de enfrente aunque ya se podían ver sus primeros bostezos entrando por las rendijas de la persiana del balcón de su pequeña habitación.

Se sentó, buscó la bata a tientas, las pequeñas zapatillas colocadas a los pies de la cama y su perrito de peluche, compañero de batallas siempre ganadas a los fantasmas de la oscuridad. Esta vez no despertaría a sus padres, no estaba segura de haberse portado bien y prefería darles ella misma la noticia en caso de no encontrar ningún regalo. Había escuchado en el colegio, historias de niños que algún año, bien por no haber estado a la altura de lo esperado, bien por despiste o por la inclemencia del tiempo, habían sido ignorados por reyes, pajes y camellos.

Abrió la puerta de la habitación con cuidado y vio que la de sus padres seguía cerrada. Bajó la escalera sin encender la luz, agarrada a la barandilla mientras sujetaba fuertemente a su perro y, tapándole los ojos para que no la advirtiera de nada, empujó con suavidad la puerta del salón.

La persiana de la terraza dejaba entrar la luz del sol y permitía adivinar sombras de objetos que no estaban allí la noche anterior. Retiró las manos que cubrían los ojos de su mascota y lo dejó con cuidado en el suelo. Allí estaba todo, los ángeles de sus sueños no la habían engañado. Los tres magos habían cumplido escrupulosamente sus encargos, el carrito para su muñeca, la cartera nueva, la máquina para hacer hamburguesas de plastilina, la pizarra grande, el juego de Harry Potter para la Gameboy, el frasco de colonia..., todo, los reyes habían entendido de nuevo su letra, habían perdonado sus ataques de ira, sus despistes y el suspenso en matemáticas. Aun así, no avisó a sus padres, quería disfrutar con calma de ese momento único y que ella adivinaba efímero; una negra intuición le hacía sentir que algo cambiaría, el cristal de sus sueños frágiles se rompería, y quizás nunca más volviera a escuchar sus pisadas, a sentir sus risas, su tos seca, la carraspera del Melchor, el más anciano...

Miró cada regalo y fue tachando en su lista mental cada acierto de sus queridos magos, como en una quiniela. Cuando iba a subir de nuevo la escalera para comunicar la buena nueva a sus padres, la claridad el sol, que ya se atrevía a entrar por la ventana con descaro, descubrió una caja, ni grande ni pequeña, cerca de sus zapatos. Se acercó de nuevo, preguntándose que podría ocultar en su interior. Repaso de nuevo la lista y comprobó que no faltaba nada. Quizás no fuera para ella, podría tratarse de un error; eran ya muy ancianos y había más niñas con su nombre, Inma, así que, aunque aparecía escrito con letra inglesa sobre la tapa, podría tener otra pequeña destinataria; lo abriría y saldría de dudas. Venía atado con un lazo azul, igual al que su madre le ponía en el extremo de sus coletas; lo desató con cuidado y al levantar la tapa encontró un pequeño cofre dorado. No se atrevía a seguir, no era un juguete, estaba claro que no era para ella.

Sus padres habían bajado y podía leer en sus ojos la sorpresa. No, no era para ella, ya tenía todo lo que deseaba y nunca hubiera pedido un cofre, sólo los había visto en los cuentos y siempre eran para las princesas. Pero estaba escrito su nombre, alguien lo había dejado junto a sus zapatos, así que recogió el pequeño cofrecillo del interior, lo acercó a sus grandes ojos y lo abrió. Estaba lleno de lágrimas, unas lágrimas rojas con un aroma extraño pero agradable. En ese momento, sólo pudo sentir que era para ella, que Baltasar, su querido rey, el más humilde de los sabios, al que cada año escribía con mejor letra, la había dejado su más hermoso legado, sus lágrimas de mirra que miraba asombrada, preguntándose por qué Baltasar la había escogido a ella, por qué le regalaba algo que nunca podría pertenecerla, algo a lo que no tenía derecho, algo que sólo sería suyo cuando él desapareciera, su verdadera esencia.

Llegó a la conclusión de que se trataba de un despiste, Baltasar había olvidado su cofre, demasiado trabajo para una sola noche. ¿Qué le había dado ella para merecer algo tan valioso?. Sólo sus cartas sencillas, en las que narraba su historia, sus pequeños progresos, sus sueños, los triunfos y las desdichas de su vida corta, y un pequeño cuento, siempre en cada carta, para aliviar el viaje y los recuerdos.

Tardo sólo un año en comprender el misterio que encerraba aquel regalo y unos cuantos años en aceptarlo como suyo y entender su verdadero significado.

Desde entonces, antes de que llegue Navidad vuelve a escribir su carta de deseos a los magos, con la escueta historia de cada año y un nuevo cuento para que el camino les resulte menos lento. Y la noche del 5 de enero coloca aquel viejo cofre junto a la ventana, cerca de los zapatos de su hijo, y sigue aguardando a que Baltasar, el más sabio de los magos, recoja de nuevo el cofre de lágrimas de mirra que hace años dejó olvidado, para darle las gracias por aquel regalo que le permitió seguir esperando, con los ojos cerrados, a los reyes magos.


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